Jose era mensajero en una empresa de cartografía, allá por los años setenta. Entre sus múltiples ocupaciones se incluía la de acudir cada día a la oficina de correos para llevar y recoger el correo de la empresa. Como cada mañana, cogió los sobres que había que enviar para ponerles los sellos y cerrarlos.

   —¡Como siempre, todo igual! —una vez más, la esponja que se utilizaba para pegar los sellos y cerrar los sobres se encontraba seca y rígida.

   —Buaagggg..

Jose, con tal de no ir hasta el baño para humedece la esponja, cerró los sobres con la lengua.

   —¡Estos sobres saben a rayos!

   Uno a uno, Jose fue sellando los sobres que tenía que enviar. Hasta que, de pronto, soltó un grito. Se había cortado con el filo de uno de ellos. Estuvo un buen rato tratando de recuperarse, pero pasaron varias horas hasta que pudo introducir algún líquido en la boca.

   La mañana transcurrió normal para Jose. Acudió nuevamente al correo, después tuvo que llevar dos paquetes a UPS y una carta al Banco. Eso sí, cada vez le molestaba más el corte que se había hecho en la lengua. Cuando llegó por la noche a su casa, tenía ya la lengua que le estallaba de dolor.

   Casi toda la noche la pasó sin dormir, dando vueltas y más vueltas, retorciéndose de dolor. Al día siguiente, no pudo ir a trabajar. La herida se había hinchado, y muy a su pesar, decidió que debería ir a urgencias. En la sala tuvo que esperar cerca de hora y media para que le atendieran. Estaba tan nervioso que por momentos pensaba en irse de allí.

   Por fin escuchó su nombre y acudió a toda prisa a la sala que le habían asignado. Allí le esperaba un doctor.

   Jose le indicó al médico que tenía una herida en la lengua.

   —Pero… ¿Cómo te has hecho esto? Tiene muy mal aspecto.

Jose explicó lo que había pasado.

   —Pues creo que vamos a tener que abrir para que supure, —le dijo el doctor—. Pero no te preocupes, porque no te va a doler, te voy a inyectar un poco de anestesia.

   El médico pidió ayuda a la enfermera. Tumbaron a Jose en la camilla, y acercándole un foco, comenzó a ponerle con una jeringa una dosis de anestesia. A los pocos minutos, el sedante había comenzado a hacer su efecto, y con un bisturí el doctor realizó una pequeña incisión.

   El médico se quedó impactado cuando a través del corte… ¡surgió una pequeña y repugnante cucaracha sangrienta! Parece ser que se había adosado en el pegamento que llevaba el sobre para su cierre, había un huevo de cucaracha en el interior de la herida y que gracias al calor y a la humedad, terminó incubándose.

Jose aprendió la lección, comenzó a ser menos perezoso y por supuesto, a partir de aquel día siempre utilizó la esponja para pegar los sobres y los sellos.

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